Uno trabaja
todo el año para conseguir un objetivo que al alcanzarlo lo catalogará de
éxito.
Uno vive
toda una vida tratando de cometer la menor cantidad de errores posibles: no
cruzar con la luz roja, no beber en exceso, no exponerse a los rayos del sol,
no fumar tres cajas de cigarrillos al día. Y sin embargo, de un día para otro
te aparece un cáncer y aunque hayas sido el mejor peatón, la muerte te
atropella en medio de la cebra y con la luz verde a tu favor y no puedes hacer
rewind.
Hace un
tiempo inventamos con unos amigos un proyecto que desde mañana reunirá y
probablemente hará felices a más de 40.000 personas: Festigame.
Hace un
tiempo mi padre lucha contra una enfermedad que aparece y desaparece en los
momentos más inesperados.
En menos de
24 horas comenzará Festigame, llevado a adelante con un genial equipo, con
mucha gente colaborando de una manera profesional sin igual y con un éxito
total.
Hace menos
de 24 horas mi padre acaba de ingresar de urgencia en una clínica con vista al
Mediterráneo, esperando respuestas que no sé si los médicos sabrán.
Es el mismo
tiempo y no el mismo espacio en donde la tristeza y la incertidumbre se funden
con la certeza breve del éxito y la felicidad. Salvando las distancias, y sin
ningún ánimo de comparación, me acordé del técnico Manuel Pellegrini, cuando el año pasado dirigió al Málaga en su
pasaje a la seminfinal de la Champions, habiéndose enterado unas horas antes de la
muerte de su madre. Allí estaban, sin decirle nada a sus hombres, siguiendo
estoico el desempeño de su equipo al borde del campo de juego, gritando los
goles con una tristeza profunda en sus ojos. ¿Cómo lo hizo? No lo sé. Por
suerte para nosotros por ahora mi padre sigue vivo, de buen ánimo y luchando.
Al borde, pero luchando.
Mi padre,
por cierto, intuyo firmemente o quiero creerlo, no hubiera querido que yo
dejara todo por salir a sentarme al lado de su cama a esperar. Sin embargo, yo
cambiaría gran parte de este éxito por el alivio de su enfermedad. Las 40.000 entradas completas de Festigame,
para empezar.
Mi padre,
un radical, me diría que no actuase como tal. Y que esta es otra “guerrita” que
vamos a ganar. Pero yo sé que salvo en los videojuegos donde te mueres y
vuelves a vivir al recargarlo, algún día llegará el game over total. Y yo sé que el show y la vida deben y deberán
continuar. No sé si estoy de acuerdo, pero es lo que me dicta el sentido común
de supervivencia que me ha traído, malherido pero de pie, hasta acá.
Es más,
aunque me cueste aferrarme a este sensación, sé que en el corazón de la
tristeza habita el núcleo más puro, diminuto y fugaz de la felicidad. Solo que
en estos momentos me cuesta darme cuenta donde está.