lunes, 2 de septiembre de 2013

RAPTAME DEL FIN

                                                 para isidora, valentina y raúl couto pombo y, por supuesto, ubagesner.


28 de mayo de 1976. Yo regresaba de la escuela en el 522 hacia la casa de mis abuelos, con quienes vivía. Todos los días pasaba frente a la casa de Suárez, donde vivía el dictador de turno. Todos los días veía a los militares apostados en sus casetas. Mi túnica sucia. Mi cabeza en cosas importantes: los chocolondos, el Caballero Rojo, Ultraseven y  el terror a los ovnis que aparecían en la tele: unos enanitos chiquitos que decían habían aterrizado no sé en dónde. Mi viejo no vivía con nosotros. Mi vieja había muerto tres años antes. Mis abuelos y la húmeda soledad de la casona de Vaimaca eran mi mejor compañía. No recuerdo mucho más. Era casi feliz.  Bajé en la esquina, como todas las tardes. Caminé hacia la casa, a mitad de cuadra, donde siempre me esperaba mi abuela. Allí estaba ella. También mi abuelo. Y también una camioneta y varios militares. No recuerdo sus caras ni sus voces. Solo las armas. Grandes y opacas. Solo que estaban dentro de casa. Gritando. Sólo que mi abuela les ordenó que bajaran las armas. Que yo era sólo un niño. Y accedieron. No recuerdo más.

16 de Marzo de 2006. Estoy en la comuna de Providencia en Santiago de Chile. Hablo a través de mi computador. Es cerca de mediodía. Pido por Valentina y me presento. Soy el nieto del hombre que le llevó su enterito de regalo el día que los militares secuestraron a su padre. El nieto del hombre que quiso advertirle a su padre que el portón negro del jardín de nuestra casa abría hacia afuera. El nieto del hombre que vió cuando los militares golpearon a su padre contra la camioneta y él sólo atinó a decir que ese paquete era una ropita, un regalo para Valentina, en la calle Máximo Gómes, lléveselo, por favor. Y así lo hizo. Mi abuelo salió a recorrer el barrio y esquivando el miedo, preguntó casa por casa y  entregó el paquete.  Y años después pusieron un placa en memoria de Ubagesner Chaves Sosa en la esquina de casa, en la misma parada del ómnibus que tomaba cada día para ir a la escuela. Mi abuelo volvió varias veces atragantado de bronca tras declarar en infinidad de comisiones inoperantes en el Palacio Legislativo. Creo que siguió en contacto con Isidora, la esposa de Chaves. Creo que conoció a Valentina cuando creció. Mi padre nunca supo de la historia hasta hace poco. Mi abuela nunca se refirió al tema y hoy una enfermedad no le permite recordar ni siquiera quien soy yo. Mi abuelo murió tras un empacho de naranjas hace 14 años. Y Valentina estuvo treinta años esperando tan solo para despedirse de su padre. Hoy, que identificaron los restos de su padre y los puede enterrar, decidí llamarla no sé muy bien por qué. Fue un acto egoísta de necesidad vital. Y ella contestó el teléfono. Quería decirle que compartiera su dolor con nosotros para que le duela menos, pero se que eso es imposible de decir y, menos aún, de hacer. Quería decirle que de alguna manera la justicia llegará, pero eso en realidad suena más a política de consuelo que a certeza del alma. Entonces, le dije que mi abuelo nunca había dejado de hablar de su padre y del regalo para su hija. Nunca lo había olvidado. Le pedí su mail y corté.


        Vuelvo a casa.  Son más de las siete de la tarde. Atravieso las montañas de la pre-cordillera de Santiago. Hay una cola interminable de luces rojas delante de mí. No sé cuantas decenas de coches y más coches. Es un otoño seco y sin demasado smog. A algunos quilómetros de distancia hay una mujer presidente en La Moneda, apenas en su cuarto día de gobierno. Recibió la banda presidencial de manos del primer presidente socialista que termina su mandato en Chile. Ella  también es socialista. Prometió lealtad a la Constitución el sábado 11 de Marzo del 2006. Al otro día fue al cementerio a llevarle flores a su padre, el general Bachelet. Se cumplían 32 años de su muerte. Había fallecido de un paro cardíaco después de una sesión de torturas. Dijo que sintió mucha rabia y odio durante años. Que ahora lo transformó en algo positivo. No habló de perdón.  En su primer discurso dijo que no hay mañana sin ayer y que  no olvidará nunca. Ahora los autos avanzan delante de mí. Y suena una canción que se llama “Raptame del fin”. Inevitablemente pienso en Valentina otra vez.



           No sé nada más de Valentina.  Ni su edad, ni si tiene hijos, ni que hace, ni donde vive. Tengo dos fotos de ella frente a mí que acabo de bajar de internet. Y el recuerdo de su voz al teléfono. Intento tratar de terminar de escribir estas líneas en homenaje a su dolor y al de su madre. Y en homenaje a ese regalo de cumpleaños que su padre le mandó entregar a través de mi abuelo. Quiero creer que en los momentos de suplicio ese hombre era raptado de su terrible fin imaginando la sonrisa de su hija al recibir el regalo. Pienso en las ‘Nanas de la cebolla’ de Miguel Hernández. Nunca debe haber sido un consuelo, pero sí un alivio. Estas líneas deben terminar aquí. Me levanto y me miro al espejo. Y ya no veo a aquel niño de túnica blanca y moña azul que soñaba caballeros rojos y chocolondos exquisitos. Mi hijo me llama para cenar con su mejor acento chileno. Al mirarlo, me doy cuenta que, definitivamente, nunca podremos perdonar.  Menos aún, olvidar.

(Publicado originalmente en Marzo de 2006, Semanario Brecha, Uruguay)

miércoles, 14 de agosto de 2013

EL NUCLEO DE LA FELICIDAD


Uno trabaja todo el año para conseguir un objetivo que al alcanzarlo lo catalogará de éxito.

Uno vive toda una vida tratando de cometer la menor cantidad de errores posibles: no cruzar con la luz roja, no beber en exceso, no exponerse a los rayos del sol, no fumar tres cajas de cigarrillos al día. Y sin embargo, de un día para otro te aparece un cáncer y aunque hayas sido el mejor peatón, la muerte te atropella en medio de la cebra y con la luz verde a tu favor y no puedes hacer rewind.

Hace un tiempo inventamos con unos amigos un proyecto que desde mañana reunirá y probablemente hará felices a más de 40.000 personas: Festigame.

Hace un tiempo mi padre lucha contra una enfermedad que aparece y desaparece en los momentos más inesperados.

En menos de 24 horas comenzará Festigame, llevado a adelante con un genial equipo, con mucha gente colaborando de una manera profesional sin igual y con un éxito total.

Hace menos de 24 horas mi padre acaba de ingresar de urgencia en una clínica con vista al Mediterráneo, esperando respuestas que no sé si los médicos sabrán.

Es el mismo tiempo y no el mismo espacio en donde la tristeza y la incertidumbre se funden con la certeza breve del éxito y la felicidad. Salvando las distancias, y sin ningún ánimo de comparación, me acordé del técnico Manuel Pellegrini,  cuando el año pasado dirigió al Málaga en su pasaje a la seminfinal de la Champions,  habiéndose enterado unas horas antes de la muerte de su madre. Allí estaban, sin decirle nada a sus hombres, siguiendo estoico el desempeño de su equipo al borde del campo de juego, gritando los goles con una tristeza profunda en sus ojos. ¿Cómo lo hizo? No lo sé. Por suerte para nosotros por ahora mi padre sigue vivo, de buen ánimo y luchando. Al borde, pero luchando.

Mi padre, por cierto, intuyo firmemente o quiero creerlo, no hubiera querido que yo dejara todo por salir a sentarme al lado de su cama a esperar. Sin embargo, yo cambiaría gran parte de este éxito por el alivio de su enfermedad.  Las 40.000 entradas completas de Festigame, para empezar.

Mi padre, un radical, me diría que no actuase como tal. Y que esta es otra “guerrita” que vamos a ganar. Pero yo sé que salvo en los videojuegos donde te mueres y vuelves a vivir al recargarlo, algún día llegará el game over total.  Y yo sé que el show y la vida deben y deberán continuar. No sé si estoy de acuerdo, pero es lo que me dicta el sentido común de supervivencia que me ha traído, malherido pero de pie, hasta acá.

Es más, aunque me cueste aferrarme a este sensación, sé que en el corazón de la tristeza habita el núcleo más puro, diminuto y fugaz de la felicidad. Solo que en estos momentos me cuesta darme cuenta donde está.

domingo, 21 de julio de 2013

¿INTACTOS?

Con los cinco sentidos intactos avanzo y no me retracto

El presidente que veo en la tv, al menos ha confesado que solo miente piadosamente. Según el diccionario, sería un presidente que miente de forma benigna, blanda, misericordiosa .

Lo suponíamos: los presidente de turno ocultan parte de la verdad o mienten.
.
Da lo mismo que sean empresarios, ex guerrilleros, ex golpistas,  negros, el heredero franquista o la viuda, ambos sospechosos, además, de ladrones. Más o menos, obligadamente juntos y revueltos en la misma bolsa del poder,  han logrado que desconfiemos de todos.

La imagen que proyectan los presidentes es, además, a veces repugnante y a veces seductora.  Los observo en las noticias y se comportan como junkies jalados de poder y show mediático. Duros, drogados por la soberbia : mienten y nos hacen creer que es por el bien común, por las políticas de estado,  por aquello de que el fin justifica los medios. Y ahora sabemos, además, que mienten por piedad, es decir,  porque les damos lástima. Casi tendríamos que agradecer que nos mientan. Merecemos que nos mientan. Podríamos incluso suponer que si no hicieran daño con sus mentiras a inocentes, esta sobredosis de estupidez sería casi tragicómica. Pero no lo es, porque no es un docureality libretado y anodino que acaba antes de las noticias de la medianoche. Es la realidad de nuestras vidas. Somos protagonistas de la infamia del poder. Somos monigotes de nuestra infamia cotidiana.

Ya sabemos que la masa aplaude y disfruta la agonía del prójimo. Y que el poder, por lo general, seduce a los intelectuales mientras adormece a los brutitos que miramos de lejos.



No soy uno de tus animales ni tu amigo

De alguna manera  somos todos cómplices de un sistema que no tenemos la capacidad de destruir porque somos el sistema y no tenemos alternativa. Entonces corremos el peor de los riesgos, el que tienta a los uniformados y populistas: que todo parezca que vale lo mismo:  el fascismo, la desidia, el terrorismo, ¿qué más da? Decapitemos al soldado que peleó en Afganistán frente a las cámaras de tv. Subamos el video a youtube. Condenemos al que se fuma un porro de la misma manera que nunca condenaremos al torturador. Tengamos el nuevo trendic topic hot. No todo es igual pero nos quieren hacer creer que todo es lo mismo. Agotados de esperar el fin: consumamos y cuando no sepamos más que consumir: consumámosnos los unos a los otros.

Llegó la hora del ayuno

Desde hace rato, pero hoy más que nunca, vivimos en un mundo en default, sobre-endeudado, literalmente en quiebra y que nunca podrá poner sus créditos al día. Estamos rodeados de pagos con plástico, deudas que crecen como avalanchas incontrolables que finalmente nos aplastarán como a cualquier anónimo deudor y que caiga el que sigue. No existen los buenos y los malos. Existen, de un lado: quienes siempre ganan y los que ganan menos; del otro lado: todo el resto. Ya lo decía el rosarino cuando antes de ser kirchnerista era rockero: el mundo está lleno de hijos de puta. Ellos y nosotros.

Esta batalla es solo un primer levantamiento

Esta es apenas una pataleta ordinaria de quien hoy tiene la barriguita llena y la casa calentita. Una pataleta de pequeño burgués silencioso, pero abonada en el agobio y la humillación diaria que ve a su alrededor. Esa humillación que ya es parte de nuestra aceptación sumisa. Un agobio que no sabemos detonar en ruptura creativa. Un agobio que desemboca en ataque de ira, en renuncia, en resignación monótona. Un agobio que muere como un orgasmo rabioso y despechado de una masturbación violenta y sin placer. Un pez sin mar ni pecera. Un astronauta sin estrellas. Una bala sin arma.

Decile a Lucy que baje del cielo

Mientras tanto, la música que no es solo una nota, suena y suena y suena en mi cabeza. Nunca deja de sonar. La música de los ojos de mis hijos, del olor de mi mujer. De a ratos me quiero rendir, de  ratos quiero pelear. De a ratos pido explicaciones, de a ratos no quiero que me las den.

Con los cinco sentidos intactos avanzo y no me retracto

(Dedicada a Manuel Lagos e inspirada en “Intacto”, de Santullo)



martes, 28 de mayo de 2013

DAÑOS COLATERALES


"Si ya  no puede ir peor/ haz un último esfuerzo / espera que sople el viento a favor”

Mi padre lucha contra un cáncer hace un par de años. Y las noticias de hoy no fueron buenas.

Los momentos de tristeza como llegan también se van, pero te van llenando de pequeñas cicatrices en tus arrugas, en tu tonode voz, en tu mirada menos brillante, incluso en tus sonrisas.

Me aferro a algunas cosas que él dijo hace seis meses (cuando le habían dado cuatro de vida): que había que encarar esto con dignidad, sin ocultar los sentimientos y con fuerza. No me gusta ocupar la palabra esperanza porque tiene para mí, probablemente por una fobia particular sin tratar, similitudes religiosas que rechazo –aunque menos que la palabra fé, eso sí-.  Sin embargo, si no me falla la memoria, el término viene del latín y se relaciona con “esperar”. Al fin de cuentas, pareciera que todo comienza con una “dulce espera” y termina con “esperanzas” no tan dulces.

Lamentablemente se que mi padre y yo somos un poco impacientes, por eso tenemos una relación algo conflictiva con la esperanza, por lo menos teóricamente. Porque si alguien analizara su vida y tal vez la mía, podría llegar a la conclusión que hemos sido pacientes y esperanzados en momentos que objetivamente no tendríamos por donde… Nos habría podido calzar, incluso, el término improbable en un ateo y un agnóstico, de hombres de fé…

Tampoco voy a a hacer símiles deportivos facilistas, garra charrúa mediante: como que el partido no está terminado y que “vamo’a arriba!”, como si el rival no fuera nada menos que un jodida enfermedad. Aunque sepamos que todo es posible porque sabemos que también todo puede no ser posible. Mi padre mejor que nadie sabe que el ser humano se adapta y se aferra a cada segundo de luz que hay en momentos de oscuridad. Pero a veces eso no alcanza.

No he encontrado hora con mi sicóloga, así que busco que me sostengan mis canciones preferidas, mis amigos y  mis amores. Voy a tener que dejarme querer un poco más. Y voy a tener que aferrarme a esos momentos vividos con mi padre, a nuestro amor, a nuestra relación como familia. Y a que biológicamente su cuerpo resista. Y a que los tratamientos sean oportunos y, apenas, tan solo, eficaces en el control de la enfermedad para que le ayuden a prolongar una buena calidad de vida el mayor tiempo posible.

Es curioso como uno ajusta sus expectativas: incluso uno ya no llega a desear la cura total, la remisión del mal: sino tener un control de daños a la vista, alcanzable y manejable. Finalmente uno vive en una sociedad así: sin poder controlar el mal absolutamente, sobreviviendo al control de los daños directos y colaterales lo mejor que puede.

Esperando que sople el viento a favor.

 

martes, 25 de diciembre de 2012

SOBRE DIOSES Y CAMBIO DE PLANES


Descubrí hace poco que esa enorme T de tristeza que a veces me acompaña -curiosamente y  de a ráfagas- convive en inquietante armonía con la T de tranquilidad.

Inicialmente, debo reconocerlo, me incordiaba esa familiaridad entre ambas y, más aún, que convivan en mí sin autorización mediante. Hoy, sin embargo, me he dado cuenta que la tristeza, además de dolor puro y cortante, trae consigo una considerable carga de sabiduría. Sabiduría al pedo, pero sabiduría al fin y al cabo.

Esta reflexión tampoco me lleva a algún lado que, al menos, me sirva para algo. Por ende he llegado a otra terrible conclusión: es preferible ser más tonto y estar menos triste. O expresado en forma de deseo navideño: preferiría ser un estúpido total si eso significara la derrota del causante de la actual tristeza.

Sin embargo, les garantizo que a veces la acumulación de tristeza  también ilumina al ser: por ejemplo, hace minutos y sin demasiado esfuerzo, acabo de responderme la madre de todas las preguntas: qué es Dios. Así es: Dios es nuestro plan B. O por lo menos el plan B de muchos millones de personas. El problema es que no sé qué tipo de plan B es. No tengo la menor idea. Pero, de todas maneras, es ese plan B que aparece cuando ya no tiene remedio tu plan A. Era tan simple y la Biblia, un libro tan largo, nunca supo explicarlo tan bien…

Hablando de Dios, mi padre me enseñó a creer y, sin darse cuenta, también a no creer. En realidad, creo que mi padre cambió la D de Dios por la de Dignidad en sus prioridades y no soy yo -menos en estos momentos de cataclismos personales-  el indicado  para afirmar que no haya tenido parte de razón. Es más, tal vez uno tenga que perder parte de su dignidad en el momento de abandonar sus planes A, B o C con tal de sobrevivir sin vergüenza y abrazado a Dios. Tal vez uno tenga incluso que aceptar más planes B (o más dioses) en nuestra vidas, con tal de salvarse a tiempo. Y dejar de ser tan digno a cambio de ser más sano y longevo. Sin embargo, no hay Dios que te garantice una vida decente, ni que hablar de una muerte digna. Entonces, algo sigue fallando. Necesitamos un plan C.

Mi padre en lo que sí dice creer fervientemente es en la adaptabilidad del ser humano a circunstancias adversas. Y de cómo sobrevive a ellas. Y pienso que no es más que una forma muy elegante de aceptar la importancia de seguir planes B, C, D y Z en nuestras vidas sin dejar de mostrarnos dignos ante el terror,  dejando de lado el plan maestro que imaginamos y no vamos a alcanzar porque la muerte nos persigue antes de hora,  atrapando a tiempo un plan diferente. Aunque ese plan sea Dios. Aunque no sea digno. Aunque sea un plan B.  De esta forma seremos más tontos, pero estaremos menos tristes. ¿O acaso no muchos creen en Dios para ello: para que nos duela menos y sentir que sabemos más aunque no tenemos certeza de nada? En esos días de tristeza con T mayúscula, reconozco que a veces me gustaría creer en él: soñar en que existe y que encontraremos un plan B perfecto. Una salida digna.

Una tranquilidad hermosa y sin tristeza. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

BARQUITOS DE PAPEL


Hay instantes de paz tan ordinariamente simples que te salvan la vida.

Entonces se transforman en hitos de felicidad  fugaz, diminuta e inmensa que  toman una relevancia extraordinaria si logras atraparlos para tí.

Son gestos y momentos inconscientes de su valor terapéutico.

El “tots al camp” me da más fuerza que las pastillas;  la simplicidad obvia de “You and I” de Lady Gaga me cobija más que un padrenuestro; el tercer gol de Fábregas recibiendo el pase de Iniesta y mirando de reojo a Messi me ilumina la tarde oscura como ni la palabra de Jesús podría hacerlo; Natalia disfrazada de ratoncito es una inyección de sangre en mi corazón; Nicolás interpretando a un sauce es una grúa levántandome del subterráneo del dolor; Isabel durmiendo a mi lado es el mar de calma ante la angustia que dejan los restos del naufragio personal que se avecina.

La tempestad de la tristeza te deja ciego y te ahoga.

Así estoy: ciego y ahogándome de a ratos.

Y si todavía floto es gracias a estos (y otros) barquitos de papel que me transportan.

(Gracias Teddy Rocker por tu mensaje, espero que también tengas tus barquitos a flote)

miércoles, 5 de diciembre de 2012

T DE TRISTEZA


Tengo una tristeza así de grande, con t mayúscula. Con t de Tabaré temblando de terror.

Con t de temor en el futuro, de transnoche sin dormir, de tiempo perdido y tarea pendiente. Con una t de tumor terminal. Con una t de te-puede-pasar.

Con una t de tarde nos dimos cuenta, ¿te acordás del talud en la amsterdam y del tablero de ajedrez?

Con una t de tajo, temporal, tóxico, trauma y tos, mucha tos.

Tengo una tristeza así de profunda, con una t terminal-temblorosa-tempestad-tétrica-terrible-tormentosa-trágica, una t de tinieblas.

Una t sin tregua-tesoro-tibieza-tratamiento. Una t de terapias-teorías y telescopios. Una t de tobogán, de tentáculos, de tiritar

Tengo una tristeza de t que tiembla-triza-trunca-tritura-transfigura-trastorna y termina

Una t de trinchera-transfusiones-traumas-tufos-trozos. Tengo una tristeza así de profunda y terrenal, sin techo y sin tapa, que tanteo y tecleo, tangente y tensa, tiesa y sin testamento.

Tengo una tristeza de todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar.

Una tristeza con t de tal vez-tampoco-también: con t mayúscula de tumba.

Tengo una tristeza con t de túnel, sin luz al final.