jueves, 10 de junio de 2010

MIS AMIGOS DE FACEBOOK

Una tarde cualquiera alguien se preguntará: ¿cuál sería la aplicación ideal, la mejor de todos los tiempos, la madre de las aplicaciones de facebook, la que nadie podría dejar de viralizar? ¿Qué nombre debería llevar esa aplicación? ¿Amor, Muerte, Vida, Dinero, Sexo? ¿Podríamos descargar esta super aplicación en nuestro faceebook gratuitamente y para siempre? ¿Minimizar nuestro gadget “Todo Está OK” en nuestro escritorio y recurrir a él cada vez que lo necesitemos con el mero esfuerzo de hacer un click? ¿Si tuviéramos la posibilidad, seguiríamos ese link maravilloso que nos lleve a vivir virtualmente esa vida que en realidad nunca alcanzaremos? Esa vida mil veces mejor que Second Life, una suerte de Super Life recargada. Con amigos tan buenos como las caras que veo de mis amigos de facebook. Videos mejores que los videos que suben mis amigos de facebook. O blogs mejores que los blogs que subimos en facebook. Como este blog.


Tengo tantos y tan buenos amigos en facebook que casi no me queda tiempo para mí. Es tan plácido este mundo virtual, que no sé realmente cómo llenaba este vacío que se produce cada vez que no logro conectarme. Se ha desarrollado una vida virtual donde sabemos tanto de todos nosotros como nosostros queremos que los demás sepan. Algo. Poco. Mucho. Un pedazo. Una foto vieja. Un gusto obvio. Una afición exótica. Un estado de ánimo. Una necesidad. Una versión virtual de nosotros mismos.
Envío y recibo tantos y tan buenos mensajes en Facebook. Mensajes tan sinceros como engañosos. Galletas de la fortuna y blogs. Acertijos y aplicaciones para saber qué ciudad algún día vistaremos, que cena nunca prepararemos, que estado de ánimo queremos mostrarle al mundo cibernético. Nos encontramos en facebook y anunciamos que “es posible” que asistamos a ese evento. De hecho, un día fui (¿o creí haber ido?) a un evento de facebook. Fui de verdad. Con mi pies, mis piernas, mi cabeza y mis manos. Casi hasta mi cerebro y mi total atención estaban en ese lugar. Y allí también estaban todas mis decenas de amigos que habían prometido asistir a ese evento, que aquí y ahora dejaba de ser virtual para ser real. La sala estaba llena de amigos de facebook sin nadie. Vacía. Llena de pantallas y notebooks encendidos. Todos estaban allí. Todos estaban conectados. Calma, espacio y comodidad. Suspiré aliviado. No iban a ver mi verdadero rostro, sino la foto de perfil. Ya lo dije y ahora lo sostengo: es tan plácido este mundo virtual. Optimiza nuestro tiempo vital. Nos potencia, nos encuentra, nos reduce el riesgo a la frustración y el desengaño. Es verdad, usan nuestros datos, saben (casi) todo de nosotros. Pero, vamos, qué tanto, al fin y al cabo no es tan alto ese precio ante la posibilidad de evitar la tristeza que produce que un amigo no te conteste tres mails. Eso sí es terrible. Que tu amigo no se haga cargo de los mensajes en facebook es un poco triste (sobre todo cuando ves que sigue vivo, cambiando su foto de perfil, subiendo videos de los años 80 o comunicándose incluso a través de la página con su familia cercana). Pero si a ese amigo lo miraras cara a cara en su living comedor con lamparitas amarillas, en el bar de la esquina, en la plaza del barrio, no podría disimular el hastío de tener que responderte que no le interesas más. No podría cambiar su cara de desgano por una foto de perfil de Messi celebrando su último golazo o por los minutos finales del video de Lost mientras te rechaza. Y eso sí que sería horroroso. Facebook nos alivia ese dolor. Es tan plácido este mundo virtual que facebook nos ahorra ese malestar. Es nuestro mejor tentenpié contra la soledad y los desengaños, incluso evitándonos los malos ratos.



En algún momento del camino me perdí y perdí a algunos amigos. En realidad a casi todos. Los fui encontrando de a poco y de a trozos. Armando sus perfiles, ejecutando sus aplicaciones. Aceptando tanto sus mensajes como sus intermitencias. Sus silencios y sus llamados de atención. Igual que los míos. Y no solo gracias a facebook, por cierto (también podría hacer una columna con las virtudes del celular, el mail, los buscadores de internet, del viejo y querido teléfono…). Pero el tema de hoy es esta red social. Por eso y muchas cosas más yo odio y adoro facebook en partes iguales. Por los servicios prestados y lo impudoroso de su existencia excesiva. Adoro Internet a pesar de la sobrecarga de información que de a ratos da náuseas y atora mi cerebro. Defiendo a Google a pesar de su plan conspirativo oculto de dominio mundial… Y como de la adoración a la adicción y la locura hay una línea tan endeble, entro y salgo, voy y vuelvo. O creo que lo hago porque, está claro, estoy atrapado en la red y sobrevivo como puedo al síndrome de abstinencia. Facebook me permite, también, creer que soy libre. Que yo soy el dueño de mi libertad de acción y conexión. Que alguien lee esto y que la comunicación existe, sin límites, sin intermediarios, interactivamente. Que un dios facebook generoso me permite escribir cuando nadie quiso que yo volviera a escribir. Y me hace sentir feliz sin pedirme nada a cambio. Tan solo unos datitos que llené en el formulario y el simple acto de aceptar las condiciones de uso. Cuando nacimos nadie nos dio la oportunidad de aceptar o rechazar las condiciones de uso de esta vida. Gracias Facebook, acepté tus condiciones. Fue todo un detalle de tu parte. Ya es tarde para reclamar que no haya leído la letra chica del contrato.-