En el nombre de mi padre: pido tiempo.
Pido tiempo a cambio de recuperar el tiempo perdido. Pido
tiempo para el egoísmo del amor desperdiciado, de los reproches mundanos, de la
vida perdida.
No pido perdón, ni escondo la culpa: solo pido tiempo.
Yo sé que queda menos, siempre queda menos. No pido el
tiempo de otros, solo un poco más de su tiempo. Yo sé que esta cuenta regresiva
es parte de la vida. Y presiento, asustado, una suerte de extraño flash forward donde me veo ahí parado en medio
de una casa derruída en Aires Puros o en la Bajada de San Miguel de Barcelona o
en el jardín de mi casa en Santiago, mirando hacia atrás sin nadie más en la
lista de los viejos de la familia, como otro anuncio certero e ineludible de
que mi tiempo también va en retirada. También, por eso, por tristeza y miedo, pido tiempo.
Pido tiempo en general no sé a qué y en particular tampoco
sé a quién. (Sospecho que mi padre no aceptaría un trato con nadie y yo, lo
intento, pero no puedo creer: de todas formas, pido tiempo)
Y lejos de la agonía:
pido un tiempo de luz y de chistes. De sol y de agua dulce. De nietos y
de goles. De conversaciones al pedo para arreglar el mundo en los asados. De
amores incondicionales despidiéndose a tiempo.
Yo sé que tuvimos cuarenta y cinco años mal usados. Yo sé
que, tal vez, desperdiciamos nuestro tiempo. Y podríamos desperdiciar, sin
mucho esfuerzo, otros cuarenta y cinco años más sin ponernos de acuerdo. Yo sé
que llegamos tarde donde muchas veces no pasaba nada. Por eso no pido un milagro:
tan solo pido un poco más de tiempo.
Un buen tiempo.
Un tiempo sano.
En nombre de mi padre y de su hijo y de los hijos de su
hijo: pido tiempo.